MEMORIAS E IMPRESIONES DE UNA BIBLIOTECARIA DE CONSERVATORIO. Entrevistamos a Eulalia Lozano Galán, bibliotecaria del CSMV

 Por Pau García Palop

 P.- Lali, háblanos sobre tu experiencia. ¿Desde cuándo eres bibliotecaria del Conservatorio Superior de Música de Valencia y qué evolución has percibido desde ese momento hasta hoy?

R.- Llegué al puesto de bibliotecaria del Conservatorio en enero de 2007, después de obtener la plaza en concurso público. Anteriormente, había trabajado como documentalista en la Conselleria de Treball, en la de Asuntos Sociales y en Presidencia de la Generalitat. En aquel tiempo, el Conservatorio ocupaba el edificio inaugurado en 1979 ubicado en el campus de la Universidad Politécnica. El estado del edificio era lamentable, no sólo por el deterioro producido por el transcurso del tiempo sino también por su inadecuación absoluta para la función que tenía destinada. La biblioteca parecía más el almacén de una ferretería antigua y polvorienta que un lugar destinado al estudio y a albergar cualquier tipo de conocimiento. Mi puesto de trabajo estaba literalmente rodeado de muebles heterogéneos que contenían materiales diversos; y mi mesa, cual parapeto, debía proteger (supuestamente) todo aquello que tenía detrás, de latrocinios. No había sistema de seguridad y el orden de las estanterías, así como su disposición y clase, parecía aleatorio o serial (como la música). Pero la serie era tan extraña e incomprensible que ni el propio Einstein, que era músico aparte de genio, o Stockhausen, hubieran dado con ella.

Todo esto me sorprendió pero no tuve respiro para permanecer en ese estado porque apenas me dieron tiempo para familiarizarme con el programa de gestión de la biblioteca, ni con el fondo bibliográfico, ni casi con nada. Me dieron tres días (los que tuvo Jesucristo para resucitar) y debo decir que pude sobrevivir con dificultades. Resucitar… quizá en universo paralelo.

Lo cierto es que elegí este puesto porque tenía cierta formación musical y un profundo amor a la música desde que tengo memoria. Pero había días que pensaba que había aterrizado en un lugar equivocado y no en la Biblioteca de un Conservatorio Superior de Música, en Valencia, en la comunidad autónoma musical por excelencia. (Yo soy extremeña).

Eulalia Lozano en la biblioteca del CSMV

Recuerdo una tarde, puede que de primavera. El estrecho pasillo de la planta baja donde estaba situada la biblioteca, aulas de percusión, de orquesta (para una orquesta de Minions, claro), etc… comenzó a llenarse de humo y de un sospechoso olor a quemado. Para mí, que adoro los libros como si fuesen prolongaciones de mi misma, se me planteó una situación complicada: ¿Si el barco se incendia, qué salvo? Tampoco era cuestión de morir al pie del cañón porque a saber cuándo enviaban sustituta…

En el ínterin, mis compañeras desalojaban el centro como podían, es decir, yendo aula por aula, subiendo los tres pisos del edificio y recorriendo cada lugar donde podía haber alumnos o profesores (que eran muchos y recónditos).

Yo seguía con el debate pragmático de la salvación del conocimiento y el humo pasaba por la puerta. Hubo que abandonarlo para llamar a los bomberos.

Era primavera porque al estar todos fuera esperando a que llegaran (no tardaron nada), la temperatura era agradable. Afortunadamente, pronto supimos la causa, o la causante. Fue una rata que se electrocutó en su afán investigador, provocándose la muerte y un cortocircuito. Todo tuvo un carácter almodovariano porque tuve que entrar en la sala de alta tensión donde estaba la susodicha, invitada por los bomberos y comprobar por mí misma, la antigüedad casi arqueológica de aquellos cuadros eléctricos que tanto le apetecieron a la rata. Era un auténtico parque jurásico.

Después de ver aquello, pensé que el edificio debía de disfrutar de alguna protección misteriosa y superior, quizá de Santa Cecilia o por qué no, de algún dios pagano, pues la música es tan antigua como los dioses y era un milagro que todo no hubiera ardido antes.

La ferretería / biblioteca tenía dos extraños habitáculos como parte de sus dominios. Uno de ellos podría haber sido perfectamente un calabozo: estrecho, oscuro, insalubre, idóneo si nuestra institución no hubiera sido un Conservatorio pero sí un cuartel. De hecho, a veces lo parecía, no por el orden o la disciplina, sino por lo antiguo. El otro cuarto, me recordaba constantemente a “la alacena debajo de la escalera”, la habitación (por llamarlo de alguna forma) de Harry Potter, donde sus malvados tíos lo tenían desterrado.

Es lo que tiene el arte: es multidisciplinar, y yo me sentía en el trabajo, navegando entre todas ellas (música, cine, literatura, danza, teatro…), aunque a veces me parecía estar dentro “realmente” de una película, una novela, a veces un drama o incluso comedia (cabe cualquier género). La precariedad del edificio afectaba igualmente a su estructura. De hecho, el techo se desplomó delante de las aulas de percusión, dejando visible un espectáculo dantesco que al final se hizo familiar, pues tardaron bastante en arreglarlo. Ocurrió de noche (véase la protección divina antes mencionada). Era realmente nuestra puerta de entrada y el acceso a las dependencias pedagógicas, por tanto toda la comunidad educativa pasaba por ahí. Era como entrar en el Averno (si mirabas hacia arriba) y yo no las tenía todas conmigo, por si el cielo volvía a caer sobre nuestras cabezas…

No obstante, había música en el aire, se sentía (y no sólo porque no había un aislamiento adecuado). Ese sentimiento indescriptible y maravilloso que produce el Arte me hacía olvidar todo lo demás, o al menos, caminar hacia adelante sin que todo lo anterior pesara demasiado.

Nuestra institución tenía previsto y en construcción un edificio nuevo, que contemplara todas las necesidades de una Universidad de la Música (auditorio, cabinas de estudio, biblioteca/Fonoteca, estudio de grabación, departamentos… etc.). Lo digo así, porque universidad significa institución docente superior y nuestro Conservatorio lo es. Es muy importante recordarlo. La inauguración del nuevo edificio y el posterior traslado merecería un capítulo aparte.

La Reina Sofía, inaugurando el centro en 2010

No me extenderé, pero el azar, la necesidad o una alineación planetaria debieron de suceder para que finalmente llegáramos hasta aquí. La tenacidad del director del momento y su persistencia en que la realeza viniese a inaugurarlo tuvieron mucho que ver. El edificio no estaba acabado totalmente y de revisiones y demás, mejor no hablar; pero “noblesse obligue”, milagrosamente, la realeza aceptó la invitación y todo se puso en marcha.

La Reina Sofía llegó, inauguró nuestro centro y con una sonrisa y paciencia infinitas, saludó a alumnos, profesores, directivos y a políticos de toda índole que vinieron a hacerse la foto. Le debemos mucho a ella, y al que se le ocurrió la idea, porque si entonces pasamos el filtro real, el administrativo – técnico fue un proceso que duró años…

Me preguntas por la evolución que he podido percibir a lo largo de todos estos años. El propio devenir del tiempo ya supone una evolución pero no sé muy bien cómo valorarla. El hecho de tener un edificio digno, con Auditorio y otras dependencias imprescindibles para el desarrollo normal de la docencia ha sido muy importante. La instauración del programa Erasmus, también ha sido muy positivo para el crecimiento de la comunidad educativa. Los alumnos han podido conocer cómo es la enseñanza en otros países, con  la riqueza experiencial que ello supone y nosotros hemos recibido a su vez alumnos de otras procedencias. Recuerdo a una alumna finesa, en los primeros tiempos del Erasmus, que decía que pasaba más frío en Valencia que en Finlandia (quizá aquí las viviendas no están tan bien aisladas y la humedad cala profundo). Un mosaico de nacionalidades y de jóvenes espíritus deseosos de aprender y disfrutar en un país diferente.

Sala de consulta de la biblioteca actual del CSMV

Entretanto, se nos coló una pandemia, como un polizón sin billete que no quiere bajarse del barco. Hubo reajustes logísticos necesarios y así la fotocopiadora del centro fue acogida en un rincón disimulado de la biblioteca. Fue curioso (por llamarlo de alguna manera), de repente, se escuchaba un suave traqueteo de tren cercanías y los alumnos miraban extrañados. Me tocaba explicar que era la máquina, trabajando a tope, justo detrás de nosotros (estaba escondida tras una estantería). Otras veces era peor, porque se oían voces y no era una psicofonía. Algún profes@r hablando por teléfono, o solo, o con un colega. Muchos no sabían que estaban en la biblioteca porque se accedía por la puerta de emergencia. Tanto surrealismo a veces te hacía dudar de la realidad (¿qué es eso ?) y sentirte navegando en universos paralelos como el Doctor Strange.

La pandemia. Un período definido pero que recuerdo como una sucesión temporal extraña, donde las estaciones pasaban pero uno no sabía muy bien dónde estaba. Quizá en Finlandia, porque la ventilación constante para poder resistir supuso unos outfit polares, vi gorros y mantitas (eran necesarios) en la biblioteca. Trabajar con los guantes puestos y no darle importancia. Hay personas que trabajan así normalmente sin pandemias. Pero a pesar de la distancia personal requerida, había calor humano, pasión por la música y por no detenernos.

Hemos vuelto al contacto físico, pero ¿y al humano? No es una pregunta gratuita, ni retórica del barroco. Ya decía un gran filósofo que no debíamos perder nunca el sentido de la humanidad, la dignidad, que nos hace denominarnos como tales. El Conservatorio es una gran institución docente, grande sobre todo, por sus fines elevados: la enseñanza de un arte maravilloso y por el capital humano que viene a aprenderlo. No quiero excluir al resto de la comunidad educativa que es igualmente valiosa, pero si miro a fondo, veo una estructura demasiado vertical y poco interdisciplinar, algo de anquilosamiento y ego. El ego del artista, supongo, que es tan necesario para exponerse tanto, pero ¿es preciso para ser un buen docente?

Los alumnos son nuestra razón de ser y la mejor forma de trascender (si es eso lo que necesita el artista y su ego), de dejar una impronta verdadera y con sentido. No se trata de darles a elegir entre estar en “La Comarca” o en “Mordor”. Habría que encontrar sutilmente un complejo término medio. Y tender puentes firmes y generosos, y darles, darnos, esa dignidad que todo ser humano merece, porque han elegido venir aquí, el camino de la música, que a veces es tan duro como el del samurái.

Una senda con principio pero sin fin porque a la música no se la deja de amar nunca.

P.- A tu juicio, ¿qué funciones debe desempeñar, y qué responsabilidades debe asumir una persona con un cargo como el tuyo? ¿Qué actividades sueles desempeñar en un día lectivo promedio, y qué implicaciones logísticas conlleva tu cargo?

R.- Me preguntas por las funciones y responsabilidades que he de asumir en un cargo como este. Las tareas propias de un bibliotecario : catalogación y gestión de los fondos, realización de compras, contacto con instituciones culturales, atención a usuarios de la comunidad educativa e investigadores, préstamo de materiales, recepción de archivos personales, información bibliográfica, resolución de consultas por correo electrónico, localización de documentos….(bla bla bla). Todas ellas forman parte de mi competencia pero al ser un sólo y único ser humano el que debe afrontarlas, es casi el castigo de Sísifo. A veces le he pedido a Dios el don de la ubicuidad y poder trabajar de forma paralela pero desgraciadamente para la administración (se ahorraría mucho), no me lo ha otorgado.

Fonoteca del CSMV

Este es un sitio peculiar y diferente a cualquier biblioteca al uso. Con todo, me encanta mi profesión y ejercerla entre músicos jóvenes deseosos de aprender. La falta de recursos, ya endémica pero acentuada por la crisis del 2008, no ha sido un obstáculo para intentar ofrecer una atención de calidad con unos medios de […] (cada cual que rellene las comillas con el término que le guste más). Las carencias del edificio no dejan de producir situaciones kafkianas, almodovareñas… (volvemos a la transversalidad de las artes) … Temo a la temporada de lluvias (tan necesaria, por otra parte) porque cuando viene, llueve dentro de la sala de estudio. Pero no ocurre sólo en la biblioteca, sucede en muchos sitios, parece que el edificio literalmente llora ¿por qué? ¿Se acuerda de quien lo construyó? ¿De los que estudian y trabajan dentro?

No sabría qué decir, pero yo también he derramado lágrimas cuando he visto impotente, que el agua alcanzaba las estanterías inferiores y por más que sacara cubos, no paraba de entrar. Aunque no llegase a tocar los materiales, la humedad es devastadora para el papel. Recuerdo una imagen para el olvido, el agua entrando a mansalva por las puertas de emergencia de la planta sótano, los pianos de esas aulas parecían levitar sobre un palmo de agua. Muebles, puertas, marcos… tener que subir la batería de jazz a la mesa del profesor…

Aprovecho esta oportunidad que se me ha ofrecido para decir que la Biblioteca del Conservatorio es un espacio de conocimiento, de intercambio y de libertad, aparte de un servicio para toda la comunidad educativa. Creo que es algo que se olvida.

Gracias por leerme.

 

 

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