CONFERENCIA- CONCIERTO: » CUARTETO PARA EL FIN DEL TIEMPO» O. MESSIAEN. La transcendencia del mensaje musical

Por Carlos Barbé Gonzálvez 

El título de pocas obras podría suscitar mayor misterio que el Cuarteto para el fin del tiempo de Olivier Messiaen. La literatura musical, a lo largo de toda su historia, está bien nutrida de ejemplos que exceden su propio contexto artístico, y, desbordando su propia existencia, asumen una justa posición en la trascendencia, lo metafísico e incluso lo epistémico.

Desde un punto de vista estético, la música per se, no es datable. Es decir, la partitura sí es datable y sí es un material sujeto al paso del tiempo, pero no lo es aquello que esa partitura tiene por contenido, como pueda ser el amor, el dolor u otros elementos extramusicales, así como los puramente musicales.  Tal es así que la mera notación musical ya hace referencia a algo ancestral. El hecho de que más de 400 años separen a Monteverdi y a Boulez y ambos escriban en el mismo pentagrama, es un acto que apoya totalmente esta cuestión.

Los alumnos durante el concierto

El pasado 3 de mayo, tuvimos la oportunidad de asistir a un acto señalado en el Conservatorio Superior de Música de València. Enmarcado en el contexto de un Concierto-Conferencia introducida por los sabios comentarios de Tomás Gilabert, profesor de análisis musical, se pudo escuchar de la mano de cuatro alumnos de la catedrática de música de cámara del centro Carmen Mayo, el Cuarteto para el Fin del Tiempo de Olivier Messiaen. Una obra que era probablemente la primera vez que se interpretaba en el conservatorio y que en palabras del Prof. Gilabert, había sido la primera vez que la escuchaba en vivo y en directo.

El profesor ilustró a la audiencia, con versados recursos de divulgador, sobre la música y el lenguaje de Messiaen y su sinestesia, así como de sus influencias y recursos compositivos. Al mismo tiempo, la relacionó con otros conceptos musicales posiblemente más familiares para la mayoría y que gracias a su más que adecuada introducción, propició sin duda una experiencia de la obra mucho más sencilla.

El prof. Tomás Gilabert durante la conferencia

El cuarteto de cámara integrado por: Jezabel Esbrí (piano), Sergi Pérez (violín), Cristina Cerezo (violonchelo) y Héctor Esbrí (clarinete) se mostró al público con sólida y absoluta confianza. Hecho nada desdeñable por otra parte, ya que el público siempre es un factor que añade algo de tensión. Mostraron seguridad, profundidad, expresividad y profesionalidad. Y era sólo el principio. Se respiraba una atención en el ambiente que dibujó el perfecto escenario para la obra que procedía.

El primer movimiento, Liturgia de cristal ya supuso un despliegue de recursos. La atmósfera que nuestros protagonistas consiguieron crear anunciaba el inicio de un gran momento. Los primeros compases, sujetos al valor de Héctor Esbrí (clarinete) se hicieron entender a la más meridiana perfección. La pianista Jezabel Esbrí siguió la idea de su compañero con solvencia y holgura, pues todo sonido se delineó con delicadeza y sensibilidad tal y como la partitura exigía. El diálogo se podría haber visto recrudecido por las intervenciones del violín y del violoncello, pero sin embargo no fue así. No había ni un solo diseño métrico en la obra que ellos no fueran capaces de descifrar.

El segundo movimiento, vocalise, para el ángel que anuncia el fin del tiempo, también supuso un cuadro sujeto al capricho de los músicos. Especialmente cuidadosos fueron aquí Cristina Cerezo (violoncello) y Sergi Pérez (Violín) pues arropados el envolvente sonido del piano abierto por los pedales, lograron que sus instrumentos resonaran al unísono con la más exquisita pulcritud.

El tercer movimiento, El abismo de los pájaros consiste en una inesperada intervención a solo del clarinete. Héctor Esbrí (clarinete) demostró un dominio total de este lenguaje, del instrumento y de la más brillante inteligencia técnica al ofrecer el movimiento como una gran cadenza que hubiera tenido a bien improvisar en el mismo momento.

El cuarto movimiento, Intermedio sugiere una muy docta forma de proporción y equilibrio. Tanto para con la obra en conjunto como para el respetable público que está participando de ella y tanto Héctor Esbrí (clarinete), como Cristina Cerezo (violoncello), como Sergi Pérez (violín) sabían perfectamente qué, cuándo y cómo tenían que hacer las cosas y cómo las harían sus compañeros. Tanto en la homofonía como en el contrapunto se vieron resueltos de cualquier cosa que pudiere suceder.

Equipo técnico de iluminación

El quinto movimiento, Alabanza a la eternidad de Jesús, retoma el movimiento reposado. Especialmente útil fue la intervención previa de la catedrática Carmen Mayo, que introdujo personalmente cada movimiento por la megafonía del auditorio, pues ayudó a entender cuál era la intención de Messiaen al indicar en el inicio del movimiento “infinitamente lento, estático”. De nuevo, la pianista Jezabel Esbrí reflejó un completo dominio del ritmo al convertir la figuración simétrica de la partitura en impulsos y reposos tangibles por los sentidos. El movimiento transcurrió como una oración retórica sujeta a los colores del violoncello. Cristina Cerezo (violoncello) consiguió integrar en cada arco y cada sonido, la profunda e imperecedera esencia del movimiento, porque ¿qué es la eternidad sino el fin del tiempo?

Séptimo movimiento, como rezaba la voz en off, Danza del furor para las siete trompetas. Quizá el movimiento con más “movimiento” de la obra. No es casualidad, ni que sea este, ni que esté puesto donde se encuentra. Sin embargo, todo el cuarteto enfrentó al apocalipsis con valentía. Un movimiento sujeto casi en la totalidad a unísonos y a diseños métricos radicales y complejos en el que, el dominio de la textura es la herramienta fundamental para salir airoso. Y así fue.

El séptimo movimiento, revoltijo de arco iris para el ángel que anuncia el fin del tiempo, alude de forma retórica al segundo movimiento. No sin audacia esto podría pasar desapercibido, pero el conjunto logró comprenderlo e incluso relatarlo de forma discreta y adecuada. Era fácil que cualquier asistente pensara que esto no iba a terminar nunca, pero de nuevo, el alarde de control del cuarteto, así como la previa conferencia y la puesta en escena, convirtieron una extensa y titánica obra del repertorio camerístico, en un cómodo (e incluso) breve encuentro.

El último movimiento, la segunda alabanza, esta vez, alabanza a la inmortalidad de Jesús, retoma la idea de una oración extremadamente lenta, alegorizando a la vez, sobre el propio concepto de la inmortalidad y su relación con el fin del tiempo. Última intervención del ensemble. De nuevo Jezabel Esbrí (piano) manifestó su discreto pero trascendental cometido como pulso inmutable del paso del tiempo, mientras sobre él, Sergi Pérez (violín) trasladó un rezo íntimo, que como su violín, podía parecer pequeño, pero poseía un inmenso contenido.

Todo ello apoyado por luces y colores gestionados por la profesora de los protagonistas, Carmen Mayo que complementó con justo, preciso y cuidado equilibrio qué y cuánta luz situar en el escenario, logrando así una compleción tan original como la interpretación que nos brindaron sus alumnos.

Profesores y alumnos después del concierto

Curioso es el asunto del tiempo en la música. Si trata del principio o del fin del mismo, aún está por ver, si me permiten el chascarrillo. Lo que es seguro es que desde el principio la hubo por fortuna, y menos mal que al final, también la habrá.

Gracias chicos, gracias Carmen. Y enhorabuena, porque habéis hecho historia en el CSMV.

 

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