Brillante antiguo alumno del CSMV y Principal Director Invitado en el Palau de Les Arts «Reina Sofía» de Valencia.
Entrevista por: CARMEN MAYO
Hacer una entrevista al joven y reconocido director de orquesta valenciano: JOSÉ RAMÓN TEBAR (Valencia, 1978 ) es un placer y una alegría por diferentes motivos. Entre otros, porque desborda un entusiasmo contagioso hacia la música y la vida, porque es un músico formado desde sus inicios en el Conservatorio Superior de Música de Valencia y del que podemos sentirnos todos muy orgullosos. Pero además, es un honor multiplicado por dos en estos momentos debido a que cuando ya teníamos prácticamente cerrada esta entrevista, el pasado mes de marzo surgió la noticia de su reciente nombramiento como Principal Director Invitado en el Palau de Les Arts “Reina Sofía” de Valencia.
Enumerar sus logros, aún a pesar de su juventud, nos llevaría a hacer una introducción de tamaño considerable, por ello es preferible que él mismo nos cuente sus experiencias, su evolución y su itinerario personal y profesional que le ha llevado donde hoy se encuentra.
Para comenzar, parece adecuado detallar algunos de sus cargos actuales:
. Director Principal de la Florida Grand Opera de Miami (EEUU). http://www.fgo.org
. Director Musical y Artístico de la Palm Beach Symphony (EEUU). http://palmbeachsymphony.org
. Director Musical del Festival de Santo Domingo (República Dominicana). http://www.sinfonia.org.do
. Director Artístico de la Ópera de Naples (EEUU). http://www.operanaples.org
A estas actividades hay que añadir numerosos conciertos en teatros europeos tanto en temporadas de ópera como en conciertos sinfónicos. Ha tenido la oportunidad de dirigir, no solo a grandes figuras de la lírica como: Roberto Alagna, Renata Scotto, Ben Heppner, Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Angela Gheorghiu,… sino a solistas de primera línea como el gran violinista Joshua Bell, Gautier Capuçon, Vadim Repin, Jean-Yves Thibaudet… Es el primer director de orquesta español nombrado director musical de una compañía de ópera en EEUU: la Florida Grand Opera (FGO). El pasado mes de diciembre de 2014 recibió además de manos del rey Felipe VI, la distinción de la Orden del Mérito Civil como “reconocimiento oficial de España por los logros culturales y el extraordinario trabajo que Ramón Tebar ha hecho por preservar nuestra herencia común y reforzar los lazos entre España y Estados Unidos”.
C. Mayo: José Ramón, parece inevitable la primera pregunta: ¿qué puedes decirnos de este nombramiento como Principal Director Invitado en el Palau de Les Arts “Reina Sofía” de Valencia? Lo recibirás con gran satisfacción, imaginamos.
J.R. Tebar: Efectivamente, es una inmensa satisfacción, honor y un gran placer volver a mi tierra después de casi diez años. Valencia me ha acompañado allí donde he ido, y poder dirigir por primera vez en mi ciudad es un gran honor. No solo eso, sino además formar parte de un proyecto de colaboración en principio de cuatro años, hace de esto además una ocasión especial para mí, habiendo alcanzado este magnifico teatro una posición entre los mejores en Europa. Tuve dos ofertas en el pasado para venir a dirigir al teatro, pero uno no siempre puede decir que sí a todo. A la tercera va la vencida, y esta vez me interesó mucho la propuesta formulada por Livermore, así es que he aceptado el reto. Estoy muy ilusionado. Además por partida doble, pues no solo será el año que viene año de debut en el Palau de les Arts, sino también con la Orquesta de Valencia. Es un gran orgullo poder venir a las dos por primera vez y al mismo tiempo.
C.Mayo: Te recuerdo como un extraordinario alumno: un pianista entusiasta, siempre vital y dispuesto a colaborar y a tocar con diferentes compañeros. Hubiera asegurado que ese sería tu camino, y además con un brillante porvenir. Pero recuerdo también que la primera vez que te vi dirigir una orquesta fue una gran sorpresa, me pareció algo fantástico, como si lo hubieras hecho toda la vida, como si fuera algo natural en ti. ¿Cómo fue ese paso del piano a la dirección?
J.R. Tebar: De todas las cualidades que mencionas, no creo haber conservado las de pianista, esas han mermado un poco. No tengo tiempo para practicar…(bromeando). Mi instrumento es el piano, y lo sigo amando, pero ser director de orquesta ha sido un paso más en mi desarrollo como músico. Nunca tuve en mente ser pianista o ser director de orquesta, sino ser músico. Soy una persona muy curiosa, con muchos intereses. Creo haber conservado las otras cualidades que mencionas: ser muy entusiasta, vital, con ganas de colaborar, de hacer música con otros…así es que en mi camino recorrido en la música siempre me ha interesado todo, empezando por la literatura para piano, la música de cámara, con cantantes, la ópera, la música sinfónica,…todo, desde bien pequeño, así es que nunca hubo una real separación. Las oportunidades fueron apareciendo y yo las fui tomando según venían.
Sí es verdad que durante unos años hubo quien me animaba mucho a dedicarme exclusivamente al piano. Viéndolo con distancia, creo que con los nombres que me apoyaron y los contactos que conseguí en aquel entonces quizás se hubieran creado las oportunidades necesarias, pero como me dijo Alicia de Larrocha cuando le pedí consejo en una de las varias clases que me tomé con ella el ultimo año de su vida: «espero que si perdemos un buen pianista al menos ganemos a un gran director.» Al mismo tiempo, si algo es responsable de que esté dirigiendo ahora mismo, es el piano. Gracias a haber hecho tanta música de cámara y con cantantes, desde muy pequeño empecé a entrar en contacto con grandes músicos, con la ópera, etc. así es que las oportunidades se fueron creando, y para no hacerlo más largo, un día me encontré dirigiendo enfrente de una orquesta, fue bien, y desde entonces no he parado de hacerlo.
Obviamente, de vez en cuando me gusta hacer algún concierto al piano, intento dirigir siempre que puedo desde el teclado, (si es ópera, toco los recitativos). Siempre que puedo, ensayo con los solistas desde el piano. Este año tocaré un recital con Leo Nucci, tocaré con el violinista Raymond Gnieweck (concertino por 40 años del Metropolitan de Nueva York), dirigiré desde el teclado todos los conciertos de Brandenburgo de Bach, obviamente tocando la parte solista del número 5, pero porque ciertas cosas creo que son inseparables.
C. Mayo: ¿Cuáles son tus recuerdos del Conservatorio de Valencia y qué te gustaría destacar o comentar de aquella etapa?
J.R. Tebar: Mis recuerdos son sobretodo las miles de horas que pasaba en la biblioteca descubriendo toda esa música que no conocía, leyendo a primera vista tomos y tomos de lied, cuartetos, sinfonías, óperas, etc. Aún se me pone la piel de gallina recordando la emoción de leer música a primera vista y descubrir esa sensación, realmente indescriptible, de escuchar por primera vez tantas obras de arte que no sabia que existían (no vengo de una familia de músicos). Recuerdo tantísimo las tardes y noches escuchando todas las óperas de Mozart y Wagner, y cuando digo todas, realmente todas, ¡una detrás de la otra!! con la partitura enfrente, página tras página. O cuando, con compañeros del conservatorio, nos colábamos en clases vacías para acceder a un buen piano, y tocar y escuchar por primera vez los cuartetos o sinfonías de Beethoven o Schubert o Mozart, aunque fuera a cuatro manos, a veces incluso seis u ocho manos. Echo de menos tanto aquella sensación,… y cuando abro para estudiar una nueva partitura, aunque ya la conozca, intento acordarme de aquella sensación de descubrimiento, eso no se puede comprar. Intento siempre dejar que la partitura me sorprenda, como cuando las descubría, espero no perder eso nunca, si no, no sé qué sentido tendría seguir haciendo música.
Por supuesto, recuerdo con mucho cariño algunos de mis profesores del Conservatorio, como Carlos Gimeno, Carmen Mayo, Bertomeu Jaume, Perfecto García Chornet, Francesc Perales,… de una forma u otra cada uno de ellos ha dejado una profunda y perenne huella en mi.
C. Mayo: Cuéntanos, aunque sea a grandes rasgos, cómo se desenvuelve tu actividad ahora en las diferentes orquestas o festivales que diriges.
J.R. Tebar: Como decía antes, soy director de dos teatros de ópera y de dos instituciones sinfónicas (una orquesta y un festival). Lo primero es siempre cuadrar mi calendario, de forma que pueda encajar las fechas de las cuatro instituciones, y alrededor organizo mis actividades como director invitado.
Obviamente, las producciones operísticas requieren un mayor tiempo de ensayo que los conciertos sinfónicos, y un número mayor de funciones espaciadas en el tiempo. Es una filigrana de engranaje, pero se hace. Por ejemplo, el mes pasado me encontré ensayando dos diferentes óperas (La Bohème y Madama Butterfly) y dos conciertos sinfónicos al mismo tiempo en tres ciudades diferentes. Una locura que intento evitar, pero a veces sucede.
Mis planes para este año son: conciertos con Vadim Repin, Jean-Yves Thibaudet, Joshua Bell, Lawrence Brownlee, Gautier Capuçon, Gabriela Montero, Edgar Nebolsin, Maria Guleghina, Gregory Kunde,… en Bilbao, Oviedo, Santo Domingo, Barcelona, Palm Beach, Miami, Holanda, Mexico,…y producciones de opera: Cosi fan tutte en Miami y Naples, Turandot en Cincinnati, Maria de Buenos Aires y La tragedie de Carmen en Naples, volver por tercer año consecutivo a la temporada de ópera de La Coruña, Il Barbiere di Siviglia en Miami, debutar en la Ópera de Viena…
C. Mayo: Un gran director, tanto en la ópera como en el repertorio sinfónico, es a menudo el alma mater de la orquesta, casi un mago, alguien que le puede infundir personalidad y hasta un sonido de conjunto particular. Recordemos a los grandes directores: Celibidache, Kleiber, Abbado… por decir algunos grandes. ¿Cuál es “el secreto”, en tu opinión?
J.R. Tebar: Yo no sé el “secreto”, quizás sea lo que decía Sir Thomas Beecham: «contratar a los mejores músicos», jajaja…. O como me contó Raymond Gniewek (concertino del MET con el que tocaré en breve), a quien Carlos Kleiber le dijo cuando debutó en el Met: «Let me follow you» («Dejen que yo les siga»). ¡Fantástico!, verdad?
Es importante no olvidarse de que son ellos los que producen el sonido. Lo que es verdaderamente mágico, misterioso, es que uno de ellos no produzca ningún sonido (los canturreos y sonidos guturales que hace el director no cuentan) y sin embargo todos estén tocando. ¡¡Eso es magia!! Jaja…
Como te decía, no conozco un “secreto”, pero sí creo que hay algunos ingredientes imprescindibles como: una buena preparación, un conocimiento profundo de la obra, y tener una idea clarísima de lo que se quiere de ella, del sonido, de la estructura, de los tempi, la articulación, balances, etc. y sobretodo: lo que vive entre las notas, entre líneas, que es realmente la Música. Todo eso tiene que estar claro antes del primer ensayo, y obviamente, dependiendo de los solistas, del sonido de la orquesta, del auditorio o del teatro, va a afectar el resultado final, pero la idea como director debe estar clarísima desde el principio, guste a la orquesta o al público más o menos, sea más o menos tradicional (si estamos hablando de una obra de repertorio). Al final, alguien tiene que moldear el sonido y tomar la responsabilidad por la interpretación, pues la mayor parte recaerá finalmente en el director. Como me dijo una vez Sherrill Milnes: «lo importante no es sólo lo que se dice, sino decir algo, porque la mayoría de veces no se dice nada». Se refería a que demasiadas veces no hay una idea clara de una obra, se canta, se interpreta una obra de una forma standard, a veces el peso de la tradición hace creer que ciertas cosas tienen que ser de una determinada manera, pero el intérprete tiene que tomar partido, tiene que asumir su responsabilidad. Gustará más o menos la interpretación que uno ofrezca, pero independientemente de esto, se tiene que escuchar lo que el director interpreta de su lectura de la partitura, teniendo en cuenta las intenciones del compositor. Y entre las intenciones del compositor, hay un espacio para esa libertad, para esa impronta de la personalidad de cada uno.
Por ejemplo, a mí me gusta muchísimo comparar y estudiar muchísimas grabaciones de la misma obra. Muchas de ellas son verdaderas clases magistrales de fraseo, de sonido, hay un pensamiento claro y determinado. Me encanta comparar los tempi. Es interesantísimo ver la disparidad de tempi, fraseo, articulación en una misma obra interpretada por diferentes intérpretes (tanto directores como solistas), muchos de ellos considerados grandísimos en la historia de la interpretación musical. Hay, la mayoría de veces, una clara idea y si estas se comparan son a veces opuestas. La nº 5 de Beethoven por Norrington, Harnoncourt o incluso Strauss parece decir cosas diferentes en manos de Kemplerer o Barenboim. ¿Mejor?, ¿peor?. No es mi lugar juzgarlo. Pero sí que está claro, hay que decir un mensaje. Si no se va a decir nada, mejor no dirigirla, pero lo que se diga tiene que ser con total convencimiento.
C. Mayo: Pero… hablemos también de la otra parte: la orquesta, ¡y de la orquesta + los cantantes! en el caso de la ópera: ¿Qué debe aportar cada una de estas partes para conseguir una interpretación magistral?
J.R. Tebar: La orquesta. / La orquesta + los cantantes / La orquesta + los cantantes + el coro/ La orquesta + los cantantes + el coro + los escenarios/ La orquesta + los cantantes + el coro + los escenarios + la iluminación/ La orquesta + los cantantes + el coro + los escenarios + la iluminación + el director de escena.
Y ahora todo eso con los músicos y el director en un foso y todo el resto en otro nivel más alto, y encima moviéndose de un lado para otro. (Y como la ópera tenga ballet, no te quiero ni contar… jajajaja…)
Resumiendo… la ópera tiene demasiados elementos, y el director de orquesta está en medio de todos ellos. No sabría qué contestar a esta pregunta, pues estaríamos hablando de idealismos, y no creo que se pueda alcanzar la perfección en una interpretación en vivo. Siempre habrá un elemento que deslucirá de alguna manera esa interpretación. Uno se puede acercar más o menos si se da otra lista de elementos: una orquesta que no sólo sea buena, sino que además ame ese repertorio y le guste tocar en el foso (no siempre coincide). Un reparto con todas las voces apropiadas para cada rol y que además se complementen entre ellos. Unos escenarios, iluminación y un director de escena que no dificulte la labor musical, no vaya en contra de la partitura, y que ayude a que todos los anteriores, más el coro y ballet, consigan una buena compenetración musical. Si todo esto se diera, idealmente, entonces se puede empezar a juzgar a un director de orquesta. Cuando alguno de estos elementos falla, y no tiene que ser durante toda la duración de la producción, sino en un determinado momento durante la función, entonces el director tiene que intentar que por lo menos lo que queda no se desmorone, pues sin duda cualquier elemento va a afectar al resultado musical. Yo no he tenido la suerte de hallarme aun en esa situación ideal, aunque no dejo de soñar todos los días con ella.
Poniendo las cosas en perspectiva, un concierto sinfónico, con todos al mismo nivel en el escenario, buena iluminación, sentados o de pie sin moverse del sitio, y sin el resto de elementos, hace de la ópera una experiencia tan difícil como intensa. Soy de los que piensan que es la mejor escuela para un director de orquesta, sin ningún lugar a dudas.
C. Mayo: Seguro que tienes alguna anécdota divertida: con los solistas, con la orquesta, en los ensayos…
J.R. Tebar: ¡Claro! ¡Muchas!
Sobre rituales antes de salir al escenario: el himno americano: es curioso que, como español, nunca he tenido la oportunidad de dirigir el himno de mi país, cosa que pienso siempre que me toca hacerlo en EEUU. Es muy típico abrir con el himno la temporada de un teatro o una orquesta. Así es que hay varias cosas graciosas que me han pasado, muy al principio de mi llegada a América. La primera vez, me cogió totalmente por sorpresa. Era en un teatro en la ciudad de Lakeland, durante un concierto pensado para homenajear en el quinto aniversario a las víctimas de los atentados a las torres gemelas en Nueva York. Para ello invitaron al cuerpo de bomberos de la ciudad, que se presentó con sus trajes de gala, y a Daniel Rodríguez, el policía cantante que se hizo famoso por cantar en la ceremonia después de los atentados. No me dio tiempo a salir del escenario, cuando el cuerpo de bomberos entró en tropel, así es que me quede formando entre ellos. ¡NO ME SABIA LA LETRA! No sabia qué hacer, un acto tan solemne, donde el publico se pone siempre en pie y muchos la mano en el corazón y cantan todos al unísono, así es que tuve que abrir la boca y fingir que cantaba (no me iba a quedar con la boca cerrada, me parecía una falta de respeto), obviamente no emití ningún sonido porque a Dios se le ocurrió darme otros dones, pero no el vocal. Eso sí, tuve la suerte de tener al tenor a mi izquierda, y lo debí hacer tan bien que después del concierto, durante una recepción con muchísima gente, se acercaron varias personas para contratarme a cantar el himno en otros lugares, jajaja…fue divertido aceptar todos los cumplidos, pero obviamente nunca respondí a sus emails.
Otra anécdota relacionada con el himno sucedió cuando fui director asistente de Sir Roger Norrington, durante unas Bodas de Fígaro en Cincinnati. A parte de ser su asistente, tenia que tocar el fortepiano en los recitativos, y Sir Roger me dio total libertad también para tocar el continuo en los números musicales como era práctica en la época. Así es que para sorpresa mía, Y SUYA, cuando dio la anacrusa, los músicos de la Cincinnati Symphony en vez de empezar con la obertura, empezaron a interpretar el himno, todos se pusieron en pie, y yo, aún después de la anécdota de Lakeland, seguía sin saberme la letra, no se me ocurrió otra cosa que tocar el himno americano con la orquesta desde el fortepiano, jajaja…Sir Roger me miraba y no podía parar de reír, y yo seguí tocando sin inmutarme. No estoy seguro si existe una versión del himno americano con continuo, en todo caso, hicimos una versión en el Music Hall de Cincinnati… La moraleja sería: aprended la letra del himno americano, aunque yo siga sin sabérmela.
Comienzo de Bohème, en mi teatro en Miami. A los diez minutos hay un apagón, la orquesta sigue tocando unos segundos más hasta que, obviamente, paran de tocar. Todo el teatro en silencio y total oscuridad. Me sentí tan mal de que la música se interrumpiera, me sentí tan responsable de no poder mantener el discurso musical fluyendo desde la primera anacrusa hasta el último acorde, que no pude más que girarme después de unos segundos y decir: «I am so sorry» («lo siento muchísimo»), toda la gente comenzó a reír.
Del lenguaje en los ensayos: no creo que haga falta explicar mucho lo que sucede con las orquestas en Sudamérica, cuando al parar el ensayo para repetir algún pasaje se me ha ocurrido decir por ejemplo: «por favor, ¿se podrían coger al principio del compás?». La primera vez que me pasó fue en el Teatro Bellas Artes de México, la orquesta no podía parar de reír, y cada vez que lo repetía la risa era aún mas escandalosa, y yo sin entender nada. A nadie se le ocurrió decirme que en algunos países de Sudamérica el verbo «coger» puede tener un significado diferente al de ir a un determinado pasaje para repetir, y creedme, los músicos de estas orquestas pueden tener un sentido del humor muy picante…
Del comportamiento en el escenario: en un concierto con M. Caballé en la Filarmonía de Colonia. La sala tiene unas largas escaleras curvadas para bajar al escenario por lo que Montserrat pidió una pequeña carpa o vestidor, en el escenario para utilizarla de camerino entre pieza y pieza para descansar. Así evitaba subir y bajar la escalinata cada vez. La pequeña carpa era minúscula, había sólo una silla para Montserrat, pero otros cantantes participaban en el concierto, creo recordar nos llegamos a meter cinco personas en aquella tienda. No cabíamos y a Montserrat le dio uno de esos ataques de risa típicos suyos tan contagiosos, el publico empezó a reír porque lo único que veían de fuera era una tienda temblando de un lado a otro por el movimiento de empujones de cinco personas dentro sin espacio, y la risa de Montserrat… Fue muy similar a la escena del camarote de los hermanos Marx, extremadamente cómico.
En España, concretamente en Segovia, en una función en la que tocaba como pianista y al mismo tiempo tenia que actuar un poco (en una obra llamada “La Opera de 4 notas”) hubo uno de esos momentos de silencio en el que uno de los cantantes comenzó a reírse, todos intentamos aguantarnos la risa, pero fue imposible, cuanto más aguantábamos más nos reíamos y más se contagiaba la risa, nadie podía seguir con la próxima frase, alguno intentaba cantar pero se le cortaba la frase. Todo el publico comenzó a reír a carcajadas, era contagioso, aquello duró por un largo minuto, eterno…el publico creyó que era una escena ensayada de la opera, ufff menos mal….No recuerdo haber reído tanto en mi vida.
Sobre ”tempi”, un consejo para músicos y directores: vayan al baño antes de salir a escena. Una vez dirigiendo “Madame Butterfly” en Cincinnati olvidé que se había eliminado el intermedio entre el acto segundo y tercero. ¡Creo que no he dirigido mas rápido en mi vida! los segundos se hicieron eternos. El concertino me miraba sufrir, y cuando me preguntó, le dije la verdad: «no puedo más, tengo que salir!.» A aquel hombre se le abrieron los ojos de una forma…
En Turín, mientras dirigía “Italiana in Algeri” con la orquesta del Teatro Regio, en el Festival al aire libre en el Palacio de Racconigi. Última función, y a apenas 10 minutos del final de la ópera empiezan a oírse truenos de tormenta. Los músicos me miraron con pavor. Obviamente, yo sabía que en cuanto cayeran las primeras gotas, todos los músicos se irían del foso, independientemente de si quedaban minutos para terminar. Faltaban 5 minutos para el final y el viento parecía huracanarse, las partituras empezaban a volar, y en apenas 2 minutos empezaron las primeras gotas… Los músicos se iban levantando, y a los que más cerca estaban de mí, los intentaba sentar mientras movía los brazos como un loco dirigiendo con rapidez. Conseguí terminar los últimos acordes mientras los músicos tocaban lo que podían cubriendo sus instrumentos con las chaquetas o con lo que tenían a mano, el público aguantó el chaparrón hasta el último compás, y en cuanto corté el último acorde, TODO el mundo sin excepción salió en estampida a refugiarse. Ni un solo aplauso. No hasta que nos refugiamos en el Palacio que estaba detrás del escenario, ¡y allí fue donde aplaudieron! Afortunadamente, creo que los músicos no me odiaron por eso, volví al año siguiente para dirigir “Rigoletto”, eso sí, no para dirigir al aire libre, sino dentro del Teatro Regio. ¿Quizás temían que algo pudiera ocurrir durante la tempestad del ultimo acto?
Sobre interpretación musical: y la última que recuerdo, mi primera experiencia operística. El Barbero de Sevilla, con Carles Santos como director de escena en el Teatro Principal, en Valencia. También me tocó hacer los recitativos desde el piano, pero en este caso no desde el foso sino en el escenario. A Carles no se le ocurrió otra cosa que poner ruedas al piano, y mientras yo tocaba los recitativos, una mujer gordísima arrastraba el piano desde unas cuerdas atadas a las patas, moviéndome por todo el escenario. Pero la cosa no paró ahí. A Carles se le ocurrió que añadiría más interés a la escena incluir a una modelo brasileña, así es que como vio que yo me atrevía a todo, me la colocó en la banqueta del piano. Os podéis imaginar el poco espacio que queda en una banqueta con alguien sentado tocando, así es que la modelo estaba de pie, y yo intentaba, como pude, seguir la partitura entre tantas piernas y piel mientras aquella muchacha no paraba de moverse eróticamente durante un strip-tease. Me acuerdo que Paco Hervás, que formaba parte de aquella producción, me decía durante los ensayos: “no se te ocurra mostrar mucha emoción en esta escena porque si Carles se da cuenta no sabemos lo que será capaz de inventar”. Eso es lo que yo llamo: imaginación musical… Les dije a mis padres y mi novia de entonces: que no quedaban entradas para ninguna función…
C. Mayo: Mantienes una relación cercana con los jóvenes músicos, como es el caso de tu colaboración con la JONDE. ¿ Qué supone para ti este contacto?
J.R. Tebar: Con la JONDE empecé a tener relación hace ahora más de diez años. Fue durante un encuentro donde se organizaron unas masterclass para directores. Al final de estas clases, se hizo un concurso interno para nombrar a un asistente. Tuve la fortuna de quedar en primera posición, y me invitaron para futuros encuentros desde 2004 hasta 2007, la última vez que fui como asistente. Después de tantos años, y algunas otras invitaciones, encontramos un proyecto en el que colaborar otra vez, pero esta vez como director.
C. Mayo: Ya que esta entrevista se hace expresamente para la revista de un Conservatorio Superior de Música, en este caso para Notas de Paso, del CSMV ¿qué consejos puedes dar a quien como tú, desee dedicar su carrera profesional hacia la dirección orquestal?
J.R. Tebar: No conozco ningún método, a parte de constante preparación, amor a la música, curiosidad por toda clase de géneros y estilos musicales, una mente abierta y libre de prejuicios, viajar, leer, visitar museos, hacer música con un instrumento (mi preferencia iría por el piano, ya que no se dirige igual una sinfonía o una ópera si uno la ha sentido pasar antes en los dedos…), hacer música con la mayor variedad de instrumentos posibles, cantantes, grupos, no importa, cualquier experiencia musical (si es «musical») es bienvenida. Sacar jugo a todo (incluso a los malos profesores, músicos y directores, se aprende muchísimo de ellos…). Vivir en el mundo real, a veces los academicismos son un gran peso para al acercarse a una obra musical. Desde mi punto de vista es mejor aprender en el teatro que en la clase, aunque es imprescindible aprender las nociones teóricas en el Conservatorio, buscar una salida al mundo real, cuanto antes mejor, es vital.
Desgraciadamente el talento, el instinto natural puede venir más o menos dado en forma de don, pero no es lo único que nos sirve, cuanto más equipado esté un músico, mucho mejor….Ser valientes, atrevidos (y como decía De Larrocha, disfrutar de buena salud y fuerza mental). Ah, se me olvidaba, y estar dispuesto a dejarlo todo si uno entra en la rutina. La rutina es un virus letal cuando se hace música. No hay nada tan enemigo del arte y de la música como afrontar un ensayo, un concierto, otra funciona repetida como algo rutinario. Hay que disfrutar cada momento, descubrir cada nuevo compás aunque lo hayamos repetido mil veces. Disfrutar esos momentos son la esencia de la vida del músico. Los éxitos, el reconocimiento (durante lo que algunos llaman «carrera», y que yo prefiero llamar «viaje»), si vienen o no (lo cual no siempre esta garantizado) no importará ni pesaran negativamente si uno lo disfruta y lo hace por vocación.
http://www.ramon-tebar.com/index.html
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