Por Iris Almenara
Título: El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin. Una reflexión sobre música culta y modernidad.
Autor: Alessandro Baricco
Editorial: Ediciones Siruela
Año de publicación: 1999
ISBN: 978-84-7844-447-2
El tema principal de este libro es un profundo análisis filosófico y casi científico, del concepto de música que se ha generalizado a nivel social y cultural. Sobretodo, hace una crítica y reflexión acerca del concepto de ‘música culta’ y la ‘música nueva’.
“Las obras de arte no se hacen. Las obras de arte ocurren.” (A. Baricco)
El autor comienza su libro con la reflexión sobre el concepto de ‘música culta’, en él analiza los tópicos y prejuicios asociados a la convicción generalizada popularmente de que la música culta por tener antecedentes históricos más antiguos, es mejor y de alguna manera superior e incomparable con otros tipos de música: “El consumidor de música culta está convencido, y no del todo equivocado, de vivir en Suiza, en un oasis en el mar de la corrupción del gusto. Al defender el orden establecido él defiende su diversidad y su primado.”
Para apoyar esta primera tesis, y fijar el inicio de este concepto superior que tiene la gente sobre la música culta, hace referencia al compositor Beethoven. Baricco explica que gracias a Beethoven se desarrollan tres factores importantes en el mundo de la música culta: el músico aspira ha escapar de una concepción superficial y comercial de su obra, lo que le lleva a querer tener un significado filosófico y espiritual y, por lo tanto, desafiar las concepciones que pueda tener un público normal. De estas concepciones nació un público, la burguesía comerciante, que apoyó todo esto, porque también tenía la necesidad de aspirar a algo más. Para cambiar esto, Baricco sugiere que lo único que puede salvar a la música culta es ponerla al mismo nivel que la modernidad.
El autor afirma que el arte está ligado completamente a la interpretación, y pone de manifiesto que justamente la interpretación es lo que lleva más allá al producto musical. Lo que de alguna manera hace que este se convierta en arte, y traslade a la música más allá del consumo, es la interpretación. La espiritualidad, que no es sino el concepto de transcendencia al que se refiere el autor, se materializa de alguna manera en la praxis, es decir, en la interpretación.
Así, donde la interpretación es algo superfluo, la obra vuelve a convertirse en producto de consumo.
Baricco hace una crítica al público de música clásica por el tabú, generalizado, de que es una música superior e intocable, y sobretodo hace referencia al concepto de fidelidad que se otorga como positivo a la hora de interpretar. El autor llega a la conclusión de que la música clásica sólo tiene como solución ponerse al mismo nivel que el tiempo presente, y formar parte de la modernidad, lo cual conlleva una actitud nueva, una posición de interpretación que erradique todos los sistemas organizativos hasta el momento y que se rija por un caos más acorde con el momento actual, que libere al arte de su esclavitud y la censura que ejercía la sensibilidad anteriormente ya comentada.
Según Baricco la música contemporánea también es un residuo del pasado y por lo tanto sigue sumergida en ese anacronismo, y además añade que la música contemporánea está en ruinas, puesto que carece de público, ya que el público no entiende este tipo de música. En un principio, según dice el autor, la música atonal surgió como una revolución, aunque al principio se pensó que surgió como desarrollo natural de la música del momento.
El autor analiza en profundidad el concepto de música nueva que tenía el compositor Webern, para éste la música atonal “es una progresiva conquista del material que nos es dado por la naturaleza”.
Baricco defiende que la música atonal surgió como una revolución ante las dos guerras mundiales, y los nuevos totalitarismos que se expandían por toda Europa, fue una reivindicación, una manera de manifestarse fuera del sistema impuesto. Pero de alguna forma, esa reivindicación se estancó, siguió existiendo y no avanzó con la modernidad. Aunque desde sus inicios se manifestó en ámbitos más bien de carácter marginal y con una jerga rebelde, es decir, lo que era al principio una lucha ideológica, se ha convertido en tapadera política.
En definitiva, critica a la música nueva por no estar tampoco al mismo nivel de la modernidad actual y a su continúo empeño en querer reflejar lo que no es. La gente no se siente representada por este tipo de música, según afirma el autor. Pero concluye con esta afirmación que rescata una síntesis de todo lo anteriormente expuesto:
Para explicar detalladamente el concepto de espectacularidad, expone como ejemplo las óperas de Puccini y las sinfonías mahlerianas, en ellas se encierra la idea de que sólo autorreduciendo su propio alcance ideal, la música culta podría adecuarse al estatuto de lo moderno. De que “sólo asumiendo ciertos rasgos de corrupción dictados por la modernidad y metabolizándolos en su propia estructura sería posible mantener un vínculo con lo real”.
El libro concluye con que el concepto de espectacularidad quizás sea el único que puede devolver a la música al tiempo actual y sacarla del anacronismo perpetuo al que se ve condenada.
“La música es la ley natural relatada para el sentido del oído” (Webern)
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