Título: En busca de aquel sonido: mi música, mi vida.
Autor: Ennio Morricone
Traductor: César Palma Hunt
Editorial: Malpaso
Año de publicación: 2017.
ISBN: 978-84-16665-47-1
Por Andrea Teruel
Silbo el tema principal de El bueno, el feo y el malo (1966) y pienso que lo conozco desde siempre. Esa melodía con intervalos en efecto wha wha parece que desde tiempos inmemorables todo el mundo la conoce. Y no es para menos. Es uno de los mayores éxitos de Ennio Morricone (Roma, 1928). Y este solo es uno entre los más de 500 filmes que el maestro ha firmado bajo su nombre.
Dos mulas y una mujer (1970), Érase una vez en América (1984), La Misión (1986), Los Intocables (1987), Cinema Paradiso (1988), Django desencadenado (2012), La mejor oferta (2013), El francotirador (2014), Los odiosos ocho (2016). Estas películas seguro que nos suenan a todos, y no solo por su historia. Las conocemos porque su banda sonora, compuesta por Morricone, ha conseguido llegar hasta nosotros y ocupar una pequeña parcela de nuestra memoria y, en muchos casos, de nuestro corazón. Y si no es así, solo hace falta escuchar El oboe de Gabriel de La Misión. Esa música cautiva como ninguna otra. Es única. No hay otra igual.
Pero en este libro no solo Morricone nombra la música cinematográfica que ha compuesto. A través de pequeñas entrevistas de su discípulo y compositor Alessandro de Rosa (Milán, 1985) durante toda una década, detalla otros muchos aspectos directamente relacionados con el proyecto de elaboración de una banda sonora.
Concretamente, Morricone describe cómo han sido sus relaciones con los directores de cine, como Clint Eastwood, Brian De Palma, Sergio Leone, Guiseppe Tornatore, Quentin Tarantino, Bernardo Bertolucci o Pedro Almodóvar. Con algunos de ellos congenió de inmediato y tuvo libertad de creación musical, incluso de innovación y experimentación. Hasta forjó intensas amistades como con Leone. Con otros…bueno, dejémoslo en una simple colaboración cinematográfica.
Resulta realmente increíble cómo su narración nos ayuda a comprender cada nota, cada timbre empleado, cada intervalo melódico, cada tipo de instrumentación, cada armonía, cada ínfimo detalle de sus composiciones. Sí, el maestro de maestros se leía primero el guion y entablaba dilatadas y profundas conversaciones con el director. Precisaba conocer la personalidad y el carácter de los personajes para reconocerlos con un determinado tema musical. En definitiva, necesitaba entrar en la mente del director para poder cubrir sus exigencias con solvencia y, así, una vez en el proceso de montaje, todo fuera sobre ruedas, incluyendo los temas que él había compuesto y no dejándolos sin emplear como en alguna desgraciada ocasión ha ocurrido a raíz del no entendimiento entre compositor y director.
Pero, más allá de toda esta introspección sobre su obra donde de manera indirecta pero implícita plasma también su vida, el maestro de Roma nos comparte lo que él denomina música absoluta; es decir, aquella que no sirve a la imagen, que se sirve por sí y para sí misma. Con ello adjunta una reflexión con una pincelada de estética y quizá filosófica sobre qué significa la música, qué es, de dónde viene y a dónde va, acompañada de su opinión sobre otros compositores de cine actuales, como John Williams y su obra para Star Wars.
En fin, entre estas páginas encontramos a un compositor fogueado y diestro en su quehacer. No cabe duda de ello. Pero también descubrimos a un Morricone que no solo remueve en su memoria, sino que nos abre sincera y plenamente su corazón. Nos muestra su parte más humana para recordarnos que él también lo es, aunque muchos le consideremos un mito de bandas sonoras y le adoremos como tal.
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