Por Vicent Benavent Brines
Durante la primera mitad del siglo XIX, Francia vivía una especie de romanticismo musical inculcado. Las modas marcaban como eje de referencia la música del noroeste de Europa, girando en torno a aspectos estilísticos creados por compositores como Beethoven o Brahms. Los compositores franceses carecían de renombre, exceptuando a Berlioz, quien alcanzó un notable reconocimiento gracias a su revolucionaria técnica de orquestación.
Esta tendencia experimentaría un vuelco radical que cambiaría para siempre el panorama musical francés hasta nuestros días. La debacle del II Imperio francés en 1871 tras su derrota en la guerra franco-prusiana, confirmó la vuelta definitiva del movimiento republicano. Este hecho despertaría un fervor nacionalista alimentado por la repulsa hacia todo lo relacionado con Alemania. Es por ello que la moda musical gala centrará esta vez sus objetivos en desarrollar una tradición específicamente francesa.
Durante este último tercio de siglo, el público comenzaba a dejar de lado la música germana en favor de otros géneros como la ópera italiana y la ópera comique francesa (incluso con, composiciones de autores extranjeros). Debido a esta tendencia en los gustos del público, Gabriel Fauré escribe en 1871: «No pienso escribir una sonata, y mucho menos un cuarteto, porque no tendrían la más mínima posibilidad de que fueran interpretados»[1].
La búsqueda hacia una tradición instrumental propia resultará una ardua tarea, tras el poco desempeño, hasta entonces, de los géneros sinfónico y de cámara, así como por la escasez de compositores de referencia (a excepción de Berlioz, como ya indicamos) en la música francesa anterior a este 1871.
La historia cambiará felizmente un 25 de noviembre de ese mismo año, cuando se presenta la Sociètè National de Musique, con el propósito de fomentar la creación de una música instrumental autóctona, más concretamente de cámara, elaborada por autores franceses.
La finalidad era simple: contraponer la formalidad instrumental a la ligereza operística, y de ese modo desvanecer la influencia musical germana dando paso a la creación de un repertorio instrumental francés guiado por la elegancia sin excesos.
La búsqueda de esta identidad propia tendrá como referencia a César Frank y Camille Saint-Saëns, dos compositores muy distintos que una vez emprendido el empuje inicial acabarán induciendo la primera ruptura de la Societé.
Ars Gallica será el lema instaurado en los inicios de la Société Nationale de Musique. Camille Saint-Saëns es elegido vicepresidente, formando sociedad con reputados compositores como César Franck, Edouard Lalo, Gabriel Fauré o Jules Massenet. Con ellos llega el esperado impulso a los conciertos de música de cámara. La asociación trasciende sus propios límites y, a la manera de un árbol, extiende sus ramas multiplicando el efecto con la creación de un número considerable de sociedades de música de cámara.
Con posterioridad se llevará a cabo una regresión a un repertorio más conservador, iniciado por algunos compositores discrepantes como Fauré o Maurice Ravel. Estos fundarán en 1910 una sociedad alternativa llamada Société Musicale Indépendante.
La escisión de la Société Nationale de Musique era una realidad, aunque el cometido que perseguía ya había dado sus frutos. Su esencia permanecerá más allá de sus creaciones, con autores ya en el siglo XX muy distintos entre sí como Debussy o Poulenc, que consolidarán las líneas maestras de esta nueva música francesa hasta nuestros días, reconociendo el gran de sus predecesores.
[1] González Lapuente, Alberto, «Un siglo de música de cámara francesa», Fundación Juan March, octubre 2004.
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